Nos pasamos la vida cumpliendo años, uno tras otro, sin darnos cuenta que la vida corre que se las pela y seguimos siendo almas inmaduras.
Cometemos errores, que por falta de esfuerzo volvemos a cometer. Confiamos en la gente, porque es más fácil hacerlo que ir desconfiando de todo el mundo. Creemos que el mundo se acaba cuando alguien nos engaña. Y nos tomamos a la tremenda cualquier agobio que no nos deje dormir dos noches seguidas.
Y es cuando un día, sin saber ni por qué ni por qué no, te das cuenta de lo estúpida que has sido durante cierto tiempo, meses, años e incluso media vida. No eres perfecta ni nadie te pide que lo seas, ahí es donde reside tu encanto, en esa imperfección que te hace testaruda, impulsiva, y hasta a veces prepotente, ya que los maniquies pocas veces resultan atractivos más allá del escaparate. Eres tú quien te exige demasiado y quieres la perfección como tu modo de vida y por supuesto de todo y todos quienes te rodean. Y ahí es donde todo falla... Puedes exigirte a ti por superarte a ti misma, pero jamás puedes exigir a tu entorno nada. Aprende a vivir no con un escudo, sino con una capa de vaselina donde todo lo que no te interese o te dañe, simplemente te resbale. No te encierres en ti misma, ya que no se trata de desconfiar de todo el mundo, sino de no andar confiando tan a la ligera. Aprende a escuchar... y a callar. Y afronta las vicisitudes desde lo alto de unos buenos tacones, ya que desde las alturas hasta los problemas empequeñecen.